Ya está ahí otra vez. ¡Qué pesado! Cada día me lo encuentro al salir de casa, a la misma hora, cuando me dispongo a rodar un ratito. Casualidad o no, parece que coincidimos en los días de “entreno”. ¡Qué cosas! Encima lleva una bici como la mía. Y, además, como siempre también, sin saludarme ni dirigirme la palabra. Ya le vale. Me pongo a su rueda, pero manteniendo una cierta distancia. De momento no quiero que se pique, de momento… Y es que, como cada martes o jueves que salimos, hacemos siempre también la misma ruta. Él va a su bola, sin mirar atrás. Yo le miro de reojo, observando sus movimientos, tanteando mis posibilidades de, una vez por todas, darle un poco de caña, porque últimamente me tiene frito y en cuanto me descuido lo pierdo de vista. Se me va un poco, unos 50 metros. Aprieto un poco para, una vez hayamos salido de la ciudad y a carretera abierta, poder ponerme a su rueda, si me deja. Parece que está fuerte. Le sigo, le sigo. 10 metros y ya lo tengo. Me pongo a su lado, pero tampoco le digo nada, ni se inmuta. ¡Qué carácter! Y sigue callado, dándole fuerte a los pedales. Pero esta vez aquí me tiene y le enseño mi rueda de atrás. Ahora se mantiene pegado a mí. Lo quiero soltar, pero de momento no puedo. A veces, se coloca también a mi lado, desafiante. Intenta rebasarme. No lo consigue. Yo sigo apretando y se pone ahora, otra vez, a rueda. Llega un repecho, fuerte, y el tío me demarra y se larga, no mucho, unos 100 metros y me deja algo frustrado. Sin embargo, aún lo tengo en mi campo de visión. Los dos conocemos muy bien la ruta y sabemos dónde apretarnos. Ya llegará mi oportunidad, ya… La distancia con él va aumentando o disminuyendo, según los caprichos de esta carretera, muy técnica, entretenida y divertida, con continuos cambios de ritmos, subes, bajas, curveas… por eso nos gusta tanto y siempre venimos por aquí. Ya queda poco para llegar a mi terreno favorito, 500 metros de falso llano, con tendencia descendente, donde lo meto todo y ruedo “a fondo”. En efecto, cada vez lo veo más cerca, sigo dándole fuerte a los pedales, ya lo tengo, ya lo tengo… y lo adelanto con tanta fuerza que no le doy opción si quiera a engancharse a mi rueda. Seguramente no me esperaba. Pensaría que estaba más lejos. Yo no le he visto ni la cara. Y tiro para adelante, sin mirar atrás, pero me parece que le estoy dando caña. Sigo, sigo… y venga va, me giro un momento y lo veo lejos, a unos 200 metros. Estoy a punto de acabar el recorrido, este precioso circuito que me he diseñado. Parece que esta vez no “viene”. Yo a lo mío. Mil metros y finalizo. Llego a casa. Ya está. Un “beep, beep”, me alerta y me hace mirar de nuevo a mi GPS, instalado en el manillar: “¡Felicidades! ¡Has ganado!”. Y sonrío con satisfacción. Me acababa de meter dos minutos a mí mismo, o lo que es lo mismo, a mi “compañero virtual”, el que me acompaña día tras día.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *